La casa
de sus abuelos era algo que siempre había sido un misterio para Samantha, podía
pasar horas y días enteros recorriéndo todos sus rincones y recovecos, y aun
así siempre descubrir algo nuevo. Su abuela siempre le contaba que cuando ella
y su abuelo decidieron casarse, no tenían dinero para tener su propia casa,
pero su abuelo le prometió construirle un hogar, él mismo, con sus propias manos;
y así lo hizo. Años después, bromeaba la abuela, de haber sabido que el abuelo
no sabía nada de construcción ni de distribución, no le hubiese hecho tanta
ilusión. Pero esas eran las razones por las que la casa de los abuelos Adams era
tan peculiar.
Tenía 2
entradas principales, una habitación principal, un único baño, una habitación
para huéspedes, una sala de visita y una cocina inmensa a donde todas las
habitaciones y espacios se conectaban. La cocina era el corazón de la casa,
tanto física como emocionalmente.
La
lógica del abuelo para construir esa casa era simplemente retorcida y la abuela
Elia, que lo amaba a más no poder, simplemente lo dejó. La verdad, creía Samantha, era que su abuelo
fue construyendo la casa de la forma que iba saliendo los espacios y creándose
las necesidades, y le daba el nombre que mejor le parecía de acuerdo a lo que
necesitaban o a lo que el producto final parecía. Por eso la sala de visita se
encontraba donde Enri había empezado a construir un garaje, que resultó ser demasiado
estrecho y bajo para el carro.
Su
abuelo construyó en primer lugar su cuarto, lo suficientemente amplio para toda
la ropa de Elia y con su propio jardín a cielo abierto. Después construyó la
cocina, y le dio acceso al cuarto y al único baño de la casa. Posteriormente
cuando llegaron los hijos, construyó la otra habitación y una sala de juegos,
que finalmente formó parte de la habitación de los niños cuando la pared que la
delimitaba se cayó.
Cuando
los niños crecieron, Enri decidió que era hora de construir una segunda casa
donde el que quisiera quedarse con su nueva familia lo hiciera; y allí surgió
el pasillo que cortaba la edificación completa en dos partes iguales, cuando en
realidad eran 2 casas unidas únicamente por las ideas de Enri; aunque esa
segunda casa nunca la terminó, la construcción se paralizó indefinidamente cuando
quedó claro que sus hijos no se quedarían a su lado, y la habitación de los
niños se convirtió en el cuarto de huéspedes.
La
cocina de Elia, ciertamente era el corazón de la casa, eso nunca se ponía en
dudas. Siempre olía a comida, a pan casero, a tortas, a dulces. Elia adoraba
cocinar, pero más adoraba que sus invitados disfrutaran la comida. El día para
Elia comenzaba con un desayuno grande: huevos, panqueques, tostadas, tocineta,
jugo, café, leche, fruta; y mientras comían el pan para el almuerzo se
encontraba horneándose. “Para que comprar
pan, si hacerlo es tan fácil?” decía siempre mientras amasaba la masa la
noche anterior. El almuerzo siempre implicaba 3 platos y un botón suelto: Primero
la sopa, seguido del plato principal que podía ser Carne, Pescado, Pollo o
Cerdo (¡a veces todos!) y finalmente el postre; para luego, después de
semejante comida, desabrocharse el botón y poder respirar.
El jugo:
de frutas naturales, el pan: siempre recién hecho, y el postre: casero. Ninguno
de estos elementos faltaba jamás en la mesa. La cena se servía a las 7pm porque
era el tiempo necesario que Elia necesitaba para preparar el pan y el postre
del día siguiente antes de acostarse. La cena, después de que Samantha llegó a
vivir con ellos incluía en el menú Hamburguesas, Perro Calientes, Pizzas,
Sanduches, Empanadas y cualquier otra cosa que Elia considerase que fuese más
sano comerla en la casa que en la calle.
Samantha
decidía lo que se cocinaba. Todas las noches Elia le preguntaba que le gustaría
comer al día siguiente, y Elia atendía las consideraciones especiales de
Samantha con el mayor de los gustos abuelisticos que podía. Aunque sus
combinaciones fuesen tan locas como las ideas de Enri.
Si, la
casa era una locura y si, era la pesadilla de cualquier arquitecto o ingeniero,
pero era la casa más especial, única y divertida en la cual una niña que
comenzaba a pasar por el divorcio de sus padres, podría vivir. Pero era en el
jardín privado de su abuela, donde Elia había cultivado todas las flores y
matas que podía, donde a Samantha le encantaba pasar la mayor parte de su
tiempo. Podía jugar, podía correr, pero sobre todo le encantaba acostarse en el
piso y ver el cielo azul a través de las hojas de las plantas, hojas verdes,
amarillas, naranjas, con flores, con frutos. Allí, tumbada en el piso frio, con
el sol calentando su rostro se encontraba en paz y tranquilidad. Se permitía
pensar en todo aquello que no pensaba para brindarle todas las fuerzas que
podía a su mamá, nunca se permitió llorar ni siquiera cuando estaba sola. Pero
era oliendo el dulce aroma de las flores cuando se olvidaba de la tristeza que
asolaba de su mamá.
Cuando
Thally y Samantha se mudaron a la casa, primero vivieron en el cuarto de
huéspedes, mientras Enri reactivaba la construcción de la segunda casa, con una
felicidad renovada que Elia tenía mucho tiempo que no disfrutaba. Sin embargo,
con el pasar del tiempo Enri seguía sin saber nada de construcción ni de distribución
y seguía construyendo en función de las necesidades.
Lo
primero que colapsaba en la casa Adams era el baño, así que Enri en la segunda
casa construyó de primero el baño; luego quiso construir una segunda cocina, así
que el baño quedó dentro de la cocina; después construyó 2 habitaciones, una
sala, y dejó un espacio para un pequeño jardín frontal, donde Thaly también
pudiera cultivar sus propias plantas.
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