Samantha estaba
acurrucada en una esquina de la habitación, la más alejada a la puerta, la más
distante a la pared del cuarto de sus padres, y la más cercana a la ventana por
donde se filtraban lejanos ruidos de la noche, algunos carros, los maullidos
distantes de los gatos y uno que otro perro, quizás respondiendo la
conversación de un ladrido anterior.
Por más que
intentara no escuchar, por más que quisiera entretenerse con sus pinturas,
siempre acababa escuchando los gritos de sus padres, como si la persiguieran a
las profundidades de su subconsciencia, donde intenta refugiarse y protegerse
contra las palabras hirientes que llegaban flotando hasta ella.
Desesperada, soltó
el marcador con el cual repasaba trazos libros en su cuaderno, tapó sus oídos con
sus manos, cerró con fuerza sus ojos y comenzó a tararear una canción,
cualquiera, sin ritmo alguno. Sin embargo, y pese a todos sus esfuerzos escuchó
con claridad cuando Dilas dijo que ella no era su hija y que ella, su madre,
debía tomar a su hija, e irse. Ese “tu hija” retumbó en sus oídos como el
golpeteo de su corazón, rápido, contundente, innegable.
Su cuerpo vibró
junto con las ventanas cuando Dilas salió de la habitación y trancó la puerta
con violencia. Samantha siempre sabía, e incluso sentía, cuando su mamá estaba
llorando.
Cuando las
discusiones comenzaban y terminaban temprano, Thaly esperaba siempre unos
minutos antes de ir a ver a Samantha a su habitación, minutos que Samantha sabía
que eran para calmarse, para lavarse las lagrimas de la cara, y para que se le
deshincharan un poco los ojos, todo, obviamente, resultando en un fracaso absoluto
de Thaly de fingir que nada había pasado o peor, que todo estaba bien.
Esa noche,
mientras escuchaba por primera vez a su mamá llorar, comenzó a llover.
Samantha contuvo
las lágrimas todo lo que pudo, el mundo no necesitaba más llanto en ese
momento. “tu hija” seguía retumbando en su pecho, abriéndose un camino muy
doloroso hasta los confines de su ser.
Solo tendría unos
minutos para aparentar normalidad antes de que Thaly entrara, así que levantó y
recogió los colores y el marcador, dejándolos perfectamente acomodados en su mesa.
Se subió en la cama, se arropó el cuerpo mientras escuchaba los pasos de su
mamá acercándose, y abrazó a Paquito, su pequeño oso de peluche.
Los pasos de su
mamá se frenaron justo en la puerta, podía ver la luz entrecortada por debajo
de la puerta. Contó los segundos únicamente para mantener alejadas las lágrimas
y tragar el nudo doloroso que sentía en la garganta. Con cada respiro se
concentraba en calmar las palpitaciones de su corazón. “¿Tendrían que irse?. Seis Misisipi. Su papá no podía estar
hablando en serio. Siete Misisipi. ¿A dónde irían?”. Ocho Misisipi.
Sus pensamientos
se vieron interrumpido cuando Thaly entró en la habitación; Samantha no pudo
disimular lo suficientemente bien esta vez, se sentía como un libro abierto,
donde su mamá podía leer todas sus dudas. Se subió la sabana hasta el cuello en
un intento infantil de tapar su roto corazón. Sin embargo en cuanto Thaly vio
sus ojos enrojecidos, el ceño fruncido y la forma como se mordía sus labios en
una fina línea, supo que lo había escuchado todo y hasta podía intuir lo que
estaba pensando.
Con pasos suaves
se acercó a la cama y se arrodilló al lado de la cama, sus ojos quedaron a la
altura de los de Samantha. Le acarició el cabello y después de suspiro profundo
le dijo:
- Quiero que
escuches muy bien. Algún día entenderás mejor todo esto, te lo prometo, pero
hoy te pido por favor, por favor, no odies a tu padre. El también algún día
entenderá todo, y necesitaré que los 2 puedan recuperar el tiempo que hoy él… que
las circunstancias ha decidido que pierdan. ¿Entiendes eso?
Samantha estudió
el rostro de su mamá antes de responder. ¿Qué lo entendiera? ¿Qué no lo odiara?
Si su sangre comenzaba a hervir en su interior. "Tu hija”.
- Si. - ¿qué más podía
decirle?, ver a su madre allí,
arrodillada a su lado, con sus imperdibles ojos negros penetrando su alma,
escuchar su suplica gesticulada en ese rostro hinchado y mojado por las
lagrimas. - No lo odio mamá. – Lo que no le dijo a su mamá es que podría volver
a llamarlo papá nunca más.
- Bien – dijo su
mamá con una tímida y forzada sonrisa- ahora Sami, necesito que recojas todas
tus cosas, empaca lo más indispensable en tu bolso y pon las otras cosas sobre
la cama que las guardaré en mi maleta. Lo que no te quepa y que te quieras
llevar, no te preocupes, lo mandaremos a buscar, pero por los momentos toma lo
estrictamente necesario para una semana o dos. Yo iré a llamar a tus abuelos.
Thaly se levantó
secándose las lágrimas con una mano y secando las de Samantha con la otra.
Samantha se sorprendió por el contacto porque no sabía que había estado
llorando mientras su mamá le hablaba. Thaly le acarició una vez más el cabello,
tomó aire para armarse de valor, levantó su rostro y se aferró al poco orgullo
que le quedaba. Con la frente en alto abrió la puerta y salió del cuarto.
En ese momento
dejó de llover.
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