Más tarde esa
misma noche, una mujer alta, de piel morena, con un cabello largo y tan negro
como la noche misma, con unos jeans azules y una camisa blanca sencilla,
caminaba arrastrando con una mano una maleta de apariencia muy pesada y
sosteniendo con la otra a una niña con un morral a su espalda.
Samantha tenía
solo 8 años, era pequeña para su edad, y siempre sería pequeña para su edad; tenía
el cabello negro ligeramente enrulado en las puntas, recogido con una coleta apresurada,
en lo alto de su cabeza. De espalda ignorando las diferencias de edades, se
parecía mucho a su mamá, compartían el mismo cabello negro pero en Samantha se
le notaba un brillo azulado mientras que en Thaly el brillo era rojizo. El
caminar ligero, simple y con cierto contoneo, también las asimilaba.
-
Sami,
no llores, nos irá bien- dijo Thaly mientras le apartaba el cabello de la
frente.
-
Estoy
llorando porque tú estás llorando – le respondió, pero era mentira.
Si hay algo que a
Samantha se le daba muy bien era fingir: fingir que no escuchaba las
discusiones de sus papás, fingir que descansaba tranquilamente aunque no podía
dormir mientras su mamá sollozaba en la sala, fingir que no sentía el desprecio
de su papá cuando ella se le acercaba, fingir que las cosas no habían empeorado.
Pero sobre todo, lo que mejor se le daba era fingir que no era por culpa de
ella; pero era buena fingiendo siempre y cuando no le preguntaran: Samantha era
experta en su cara póker, si le gustase jugarlo, pero no sabía mentir y ni se
molestaba en intentarlo. Esta noche, Samantha fingía que no le importaba dejar
atrás a su papá
-
¿Cómo
sabes que nos irá bien? – preguntó en un hilo de voz, temerosa de que no
existiera una respuesta.
Thaly miró al
cielo como buscando la respuesta en las estrellas, suspiró con profundidad para
llenar cada espacio posible de sus pulmones y después de soltar el aire muy
lentamente, le respondió
-
La
verdad es que no lo sé Sami, pero espero que nos vaya bien. Hoy el destino dispuso
que debíamos cambiar de rumbo, y eso es lo que debemos hacer. A veces las cosas
no salen como se quiere, pero eso está bien.
Thaly también era
buena fingiendo: fingiendo que estaba tranquila o fingiendo que aceptaba un designio
que acababa con los mejores años que había vivido hasta entonces. Fingiendo que
no le aterraban la visión de los días que estaban por venir, sabiendo con una
seguridad terrorífica que no tendría la fuerza para sobrellevarlo.
-
¿El
Destino? –. Samantha no creía en el destino, y aunque lo hiciese la respuesta
que le dio su mamá no era lo que esperaba, era una respuesta vaga e imprecisa,
tanto que se le antojaba una locura lo que Thaly acababa de decir.
Thaly ni siquiera
notó la burla escondida debajo de la última pregunta de Samantha. Seguía presa
de su propia cadena de pensamientos, con la mirada clavada en el piso siguiendo
con detalle cada pisada que daba acompañada del sonido de las ruedas de la
pesada maleta.
-
Hija,
desde que el mundo existe, no hay casualidades, no hay coincidencias, las cosas
siempre pasan por una razón, ese es el Destino que mueve sus piezas decidiendo
el rumbo de la humanidad entera; No podemos luchar con el Destino, porque solo
nos quedará el cansancio y la tristeza de saber que la batalla estaba perdida
antes de empezar; así que hoy, el
Destino ha dispuesto que tú y yo debemos seguir avanzando, en un camino
distinto al de tu papá, solo esperando que quizás en algún momento nuestros
caminos vuelvan a encontrarse con mejores resultados.
Samantha siempre
fue avanzada para su edad en todos los niveles y en todos los aspectos, salvo
en su tamaño; ella era una adulta prematura por lo que entendía a la perfección
todo lo que su madre quiso explicarle,
no solo lo que significaba cada palabra, sino que lo que se escondía debajo de
ellas: la resignación cuando no hay más nada que hacer. Sin embargo, una cosa
es entenderla y otra cosa es aceptarla, y por esta razón preguntó:
- ¿Y dejaremos atrás las cosas aunque nos duela?
Thaly no
respondió. Ella estaba dejando atrás al amor de su vida, por quien cambió todo,
por quien se apartó de su familia y de todo lo que conocía. Thaly adoraba a
Samantha, pero más amaba el amor que ella provocaba en Dilas, como a él le
brillaban los ojos tan solo con escuchar su respiración, como su amor se
desbordaba en cada gesto que hacía por su hija, así que cuando ese amor se
convirtió en miedo, Thaly comenzó a sufrir la misma agonía de Dilas, sabiendo
que un corazón roto nunca se cura y más cuando es tu propia hija quien te lo
rompe.
-
Si-
respondió por fin Thaly a Samantha- aunque nos duela debemos entender cuando la
lucha está pérdida, porque seguir en la batalla no asegurará la victoria sino
solamente más pérdida. También se gana rindiéndose. Pero no significa que haya
perdido mi propósito, mi propósito eres tú y a ti ni pienso perderte nunca, ni
pienso rendirme nunca contigo.
Thaly se aferró a
esas palabras de fortaleza que acababa de decirle a su niña. Quería que se
acrecentaran en su interior y le inyectaran la energía necesaria. Pero con cada
paso que daba en la oscura y fría noche, sus fuerzas flaqueaban así como sus
cansadas piernas. Luchaba por no caer de rodillas y solamente llorar por su
corazón roto, por el corazón que rompió y por la rompedora de corazones que
sujetaba su mano con firmeza.
Y es que Dilas no
siempre fue un hombre violento y lleno de odio, en algún momento fue un padre
amoroso, cariñoso y ejemplar. Cargaba en hombros a Samantha, junto con todos los
peluches que ella insistía en llevar para que no se sintieran solos. La complacía
con helados y dulces aunque no eran las horas para comerlo; y todos los domingos
la llevaba con él para exhibirla a sus amigos como “la hija más bella e
inteligente que cualquier padre puede desear”. Eran esos recuerdos los que hacían
que Thaly siguiera luchando por mantener su quebradiza familia, y que Samantha siguiera
llamando a Dilas “papá” en las pocas ocasiones en que él permitía que se
acercara lo suficiente.
Habían llegado a
una pequeña plaza después de caminar en silencio unos cuantos minutos más. Los
banquitos verdes le hacían recordar a Samantha los días cuando su padre
caminaba con ella por ahí de regreso del Colegio. Su mano firmemente sostenida
por aquel hombre que solo tenía ojos para ella. Apartó como pudo ese
pensamiento de su cabeza; algún día sacaría tiempo para llorar por su padre, pero
no sería esa noche. Su papá no necesitaba sus lágrimas, pero en cambio, su mamá
necesitaba su fuerza.
-
¿Y
cuál es mi propósito?- preguntó Samantha más para mantener la mente de su mamá
ocupada que por estar interesada en la respuesta.
Thaly colocó la
pesada maleta con un sonido bastante estruendoso en el piso, se sentó con
pesadez en el banquito y dando palmaditas a su lado le indicó a Samantha que la
acompañara. En cuanto ésta se sentó, se arrimó a su lado y le brindó su calor envolviéndola
con su abrazo.
-
Algún
día lo descubrirás, para eso tenemos un par de años. Pero hasta que eso pase
descansa un poco mientras los abuelos llegan.- Thaly pasó su mano sobre el
rostro de su hija y comenzó a acariciarle el cabello, tomando un mechón y
enredándolo con suavidad en sus dedos.
A Samantha le
pareció curioso que su mamá dijese “un
par de años” y no las típicas frases de “pasará mucho” o “falta demasiado”,
lo consideró muy específico; y con ese pensamiento rondando su cabeza, mientras
su mamá continuaba jugando con sus rizos, los parpados comenzaron a pesarle
demasiado, no sabía cuan cansada estaba hasta ese momento, aunque al fin de
cuentas no debería sorprenderse, no había podido dormir mientras la última
pelea de sus padres ponía fin al matrimonio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario